Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

Oppenheimer

Desarrollada en un ambiente de transición geopolítica durante la II.G.M e inicios de la Guerra Fría en los Estados Unidos, Oppenheimer es una fascinante historia en la que se cruzan variables como: el drama personal, la política y la investigación científica.

Oppenheimer es un físico que desarrolla su carrera académica a medida que cruza el Atlántico y cuyas estancias de investigación le permiten formar no sólo una visión mucho más ecuménica de la investigación científica sino llevar la física cuántica a los Estados Unidos.

Dotado de una inteligencia superlativa que cohabita en un complejo infierno donde se ponen cita los más curiosos y maravillosos demonios, “Opp” se mueve por la vida concentrado en la solución de los problemas científicos de la época y en una sexualidad tan activa como su ejercicio profesoral. Cuadro complejísimo de una sicología autodestructiva, potencialmente creadora y fatalmente destructora. 

Como suele suceder, y muy a pesar de su indiscutible sapiencia científica, su genialidad no se correspondía con su cultura política democrática, pues, su debilidad por la causa comunista, en general, como por los republicanos de la Guerra Civil española, en particular, lo llevó a tener no pocos problemas y, de paso, a la histórica misión de liderar científicamente el “El Proyecto Manhattan”. No todas las veces los políticos entienden que por encima de consideraciones ideológicas, está la gestión estratégica de los intereses de una nación. 

La película inspirada, según la crítica, en “American Prometheus” de Kai Bird y Martin J. Sherwin, acierta en mostrar la casi siempre ríspida tensión entre la comunidad científica o epistémica y la clase política en la que la primera siempre goza de una imagen de santurrona cuando en realidad resulta, en algunas ocasiones, peor que la clase política siempre demonizada.

En lo que refiere a la variable política, se puede apreciar que el ambiente doméstico se mueve entre los años de las administraciones Roosevelt, Truman y Eisenhower. Así, la apuesta de Christopher Nolan resalta el maccarthismo como esa obsesión, casi paranoia, anticomunista por el altísimo riesgo que se corría al sufrir una infiltración comunista en las altas esferas de Washington. 

Aquí, llama poderosamente la atención la manera en que se cruzan los mundos académico y político entorno a un tema estratégico o de seguridad nacional. Por un lado, el poder científico y todo lo que supuso la creación de la bomba atómica y, por el otro, la toma de decisiones y los juegos de poder. Y aunque la película también pudo resaltar más este aspecto, el hecho que aparezcan Stimson, Acheson y Truman ayudan mucho a contextualizar parte de la mecánica en La Casa Blanca. 

Como también resulta valioso el hecho de presentar la envenenada relación entre Oppenheimer y Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica, que se tradujo en dos audiencias. La de 1954 en la que la Comisión, bajo la influencia de Strauss, deliberó sobre la revocatoria de la autorización de seguridad de Oppenheimer por los presuntos vínculos con la izquierda. Manipulada políticamente contra el científico, “Opp” fue derrotado por las maniobras de los políticos que estaban en la sombra. 

La segunda audiencia en 1959, tuvo lugar en el Senado donde se debatió la nominación de Strauss como secretario de Comercio, cargo al que siempre aspiró y ambición que se vio truncada precisamente porque su derrota, según algunos, se debió a la presión ejercida por la comunidad científica debido a la sucia manera en que Strauss utilizó su cargo para inclinar la decisión contra Oppenheimer cinco años atrás. Un simple ajuste de cuentas. 

Por último, la investigación científica se presenta como un proceso bien ponderado en sociedades maduras que entienden el rol del profesor como aquel investigador nato cuyas clases y experiencias construyen, a lo largo del tiempo, una(s) teoría(s) que con errores y aciertos pretende(n) modificar la realidad. Y a pesar de que toda teoría tenga sus propios límites, su innegable utilidad presta los mejores y hasta los peores servicios a la humanidad.

He aquí otro tema relevante y es el ejercicio profesoral. Indiscutiblemente, lo que hace “Opp” debe ser el papel del profesor en la sociedad. Generar nuevo conocimiento soportado por universidades que coherentemente asuman la calidad no como discurso sino como práctica y profesores que tengan por norma de conducta la originalidad y el poder creador y no fungir como un actor políticamente correcto y obsecuente notario de los estudiantes

Un Estado serio siempre tendrá en la investigación uno de los soportes, y columnas vertebrales, para sus fines vitales y no para actuar como un mal director de parámetros absurdos tenidos como obligatorios para el cuerpo docente que debe concentrarse más en tareas ajustadas a su perfil. 

La historia del profesor Oppenheimer, de ascendencia judía, mezcla tres grandes elementos que dan forma a una gran pieza del séptimo arte cuya conclusión podría ser que creación y destrucción a gran escala habitan, a veces, en un solo ser humano como también Ciencia y Estado pueden coexistir para los más altos o bajos fines de la política.

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