Un Angelino en la oreja

Jue, 06/09/2012 - 00:31
A Juan Manuel Santos le debe estar pasando lo que a cualquier viajero de excursión a tierra caliente que, por cuenta del calor, la insolación y las grabadoras, no termina de conciliar el sueño. Due
A Juan Manuel Santos le debe estar pasando lo que a cualquier viajero de excursión a tierra caliente que, por cuenta del calor, la insolación y las grabadoras, no termina de conciliar el sueño. Duermevela que se convierte en vigilia, si un escuadrón de zancudos llega a realizar acrobacias sobre su pobre humanidad agobiada y doliente. Ahí sí, ya no hay hamaca, ni ventilador, ni mosquitero que valga. Que piquen los benditos, vaya y venga, con las ronchas se defiende uno. Pero, ¡¿que zumben?! Ningún tormento chino, por refinado que sea, puede equipararse al sobrevuelo, encima del oído, de un ejemplar salvaje de la familia de los culícidos. Pobre presidente Santos, con razón esas ojeras. Dos años aguantándose un díptero nematóceo en la oreja, es demasiado. Máxime si el espécimen excede, en peso y tamaño, al común de sus congéneres. Pues sí, el presidente, desde el día siguiente a su posesión, tiene un Angelino zumbador clavado en la oreja, a manera de piercing, que ningún otorrino le ha podido arrancar. De nada han servido el Baygon, el Raid, el repelente, el matamoscas de plástico de las abuelas. Ni siquiera la OIT en aerosol. Ahí sigue molestando el mosquito. De un lado, las enfermedades que ha padecido –ambas gravísimas; la segunda, misteriosísima–, en la primera mitad de la administración. Por fortuna, su capacidad de recuperación parece ser tan fuerte como su contextura. (Larga vida para el vicepresidente Garzón). Y como su agilidad para planear en distintas pistas del panorama político nacional. En el sindicalismo, en la Unión Patriótica, en el M-19, en la diplomacia, en ministerios, en cargos de elección popular… Tal vez por eso, por haber sido compañero de fórmula del candidato que resultó ganador en las urnas, es que está convencido de que el elegido fue él. Olvidó que si está ahí es porque Santos lo nombró a dedo e igual hubiera ganado con otra “media naranja”, a no ser que ésta hubiera resultado un fiasco. Mejor dicho, para hablar en buen castellano, sin los votos de Álvaro Uribe, Santos no sería hoy el jefe de Estado. Sin los votos de Angelino Garzón, sí, e igual, por aplastante mayoría. Qué vaina. Porque la culpa del malentendido no es de Angelino; tampoco de Roy Barreras, el senador doctor —dudaría de su archivado ojo clínico hasta para diagnosticar un resfriado— que dio un parte de tranquilidad al país, luego de visitar la residencia vicepresidencial, en compañía de una comisión auscultadora que se inventó; tampoco del entonces candidato que se jugó esa carta para untar de pueblo su empaquetadura de yuppy de club; tampoco del expresidente Uribe que, dicen, se lo sugirió cuando todavía fungían de mejores amigos y los votantes, ingenuos, creían que eran siameses; tampoco de La U, descuadernada como está. Mejor dicho, la culpa es de la Constitución del 91 que destronó la figura segundona y llevadera del primer designado y entronizó la muy exhibicionista y estorbosa del vicepresidente. Un zancudo en la oreja que se inauguró con Ernesto Samper y, desde entonces —con el perdón de quienes han ejercido el cargo, muy esforzados todos, muy bienintencionados—, además de ser el florero que nadie encuentra dónde poner, ¿para qué más ha servido? (Ignorante que es una). Bueno, para enredar la pita y desconcertar al respetable. Para muestra, y para no echar reversa hasta anteriores cuatrienios, Garzón. A pesar de sus condiciones humanas, sobre las cuales no existe la menor duda, se ha dejado seducir por el tono de su propia voz y padece, ahora, del contagioso síndrome de la lujuria del micrófono. Porque, no solo da opiniones no pedidas, independiente de que la oportunidad para expresarlas sea o no la adecuada, sino que se empeña en entrecomillar noticias. En ser noticia, preciso. De ahí el lío que armó alrededor de la propuesta de convocar una constituyente; esta es la hora en que no sabemos si el congresista Juan Carlos Vélez entendió mal, o si fue el presidente Santos quien entendió mal, o si el vice dijo a cada uno lo que cada uno quería oír. De ahí que, con frecuencia, marque distancia con el mandatario en temas bandera de su mandato. De ahí que afirme campante, con desconocimiento absoluto de la ley, “a mí no me eligieron para decirle al presidente lo que sus castos oídos quieren escuchar, no señor, se equivocan quienes creen eso”. (¿Quiénes creen qué?, ¿qué fue elegido por cuenta propia?, ¿que son castos los oídos del presidente?) De ahí que, cada que abre la boca, deje la sensación de ser un aspirante en campaña. De ahí que parezca estar haciendo oposición al gobierno al que pertenece. De ahí, en últimas, que pretenda cogobernar. Sí, esta es la conclusión a la que llevan sus permanentes falsetes. Y, repito, la culpa no es de Angelino; es de la Constitución del 91 y solo de ella. La figura de la vicepresidencia, al menos tal como está contemplada en nuestra Carta, sobra. Con mayor razón si, al decir del constitucionalista Humberto De la Calle (primer exvicepresidente), su destino casi único es ser llanta de repuesto. Valiente gracia. Entre no tener llanta de repuesto o tenerla pinchada, mejor ir a pie. Digo yo. Dobleclick: Seguimos queriendo y no creyendo. Pero, ojalá.
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