¡Qué Oslo!

Jue, 25/10/2012 - 00:31
Quizás lo más sorprendente de las palabras de Iván Márquez durante la instalación del proceso de paz en Oslo, no fue el contenido de las mismas, sino la reacción que generó en los

Quizás lo más sorprendente de las palabras de Iván Márquez durante la instalación del proceso de paz en Oslo, no fue el contenido de las mismas, sino la reacción que generó en los colombianos. Pareciera que volvimos a tener un país que no cree en su propio sistema, que es incapaz de defender con argumentos su modelo, que lo único que sabe es "rechazar", rasgarse las vestiduras o cambiar de tema. De lo poco inteligente que se dijo, fue la respuesta inmediata de Humberto de la Calle, al decirles que si quieren cambiar al país, tienen primero que ganar las elecciones.

Lo increíble es que parece que nos estamos creyendo las mentiras "bolivarianas" de las Farc y sus aliados. Por ejemplo, dictar cátedra contra el neoliberalismo y el mercado, cuando no existe una organización que opere con más apego a los dictámenes del capitalismo salvaje que las Farc. En primer lugar, todos sabemos que habría desaparecido con el fin de la guerra fría si no fuera porque se dedicó a la producción y exportación de coca, principalmente al lucrativo mercado de Estados Unidos. No hay una organización empresarial en Colombia que esté más internacionalizada y que mejor subsista en el mercado globalizado que el narconegocio de las Farc. Y la forma de hacerlo es explotando como carne de cañón a miles de niños que recluta en las zonas más apartadas del país, aprovechándose de la miseria y la falta de oportunidades, ofreciéndoles cualquier dinero a cambio de sus vidas, mientras los señores del secretariado beben whisky y facturan tranquilos desde algún lugar de Venezuela. Por más injusto que pueda ser nuestro sistema —y lo es, no nos engañemos— nada se parece siquiera a esta versión del capitalismo fariano. Es la misma mentira que nos vendieron con el "Socialismo del Siglo XXI", que no es tal cosa, en realidad es una herejía del capitalismo, un "chavistalismo". Porque en Venezuela no se han acabado la inequidad, la opulencia y el derroche, ni ha dejado de haber gente que vive en la calle, en un tugurio o debajo de un plástico. Si después de 14 años de gobierno de Chávez Venezuela fuera como Suecia, Noruega o Dinamarca, yo sería chavista. En Venezuela quien tiene los privilegios no es quien produce más riqueza en forma más eficiente, sino quien es más amigo de Chávez y con más frecuencia luce la boina roja. Todo gracias al petróleo que Chávez vende —sin impuestos y a precios de mercado— al "Imperio". Y compra las elecciones regalando televisores chinos a los pobres —lo cual no sería malo— si no fuera porque el costo de su revolución fue amordazar la capacidad de crear de uno de los capitales humanos y empresariales más sofisticados que tenía América, la del pueblo venezolano. Gracias a Dios muchos de ellos se han venido para Colombia. Mientras en la campaña presidencial de Estados Unidos se discute la forma de enfrentarse al reto del desarrollo tecnológico que está reduciendo el empleo en todo el mundo, y la globalización —que no es otra cosa que un reparto de la oportunidades que antes estaban solo en manos de Europa, Estados Unidos y Japón a punta de proteccionismo descarado— aquí evadimos los debates importantes con giros majaderos. Y al hacerlo le damos legitimidad al lobo que viene a darnos cátedra sobre el buen cuidado de las ovejas. Como en la frase que los evangelios le atribuyen a Jesús, "por sus obras los conoceréis". O en lenguaje más coloquial "allá donde vayas, allá estarás tú". Pero no olvidemos que somos la segunda economía de Suramérica, la número catorce en crecimiento en el mundo, y que de cómo resolvamos los retos del presente y del futuro —por dentro y por fuera del proceso de paz— dependerá la experiencia de vida de generaciones de colombianos. Nos guste o no, el mundo nos está observando y como van las cosas, la semana pasada hicimos un Oslo monumental.
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