Para que quede claro: no tengo nada personal contra Juan Manuel Santos. Al principio de su gobierno defendí muchas de sus posturas y decisiones. Es más: sigo defendiendo propuestas de su cosecha, como la ley de víctimas y tierras, y el proceso de paz con las FARC. No creo que Santos sea tan mal Presidente, como dicen sus detractores, y tan poco tan maravilloso, como quieren hacerlo ver sus amigos y áulicos. No voté por Santos, pero le di el beneficio de la duda, porque sigo creyendo que anhela lo mejor para el país, como lo soñaron y pretendieron, de una forma u otra, todos los mandatarios que han pasado por la Casa de Nariño. Con más equivocaciones que aciertos, cada quien a su modo, desde el ejercicio del poder, ha buscado lo mejor para Colombia.
Santos cumple su tarea de gobernar, y yo, por mi parte, estoy obligado a honrar sin ambages la credibilidad de mis lectores. Como generador de opinión debo hablar y escribir, sin tapujos y ataduras, sobre las coyunturas y escenarios que le interesan a los ciudadanos, pues del manejo adecuado del poder -como es el caso que nos ocupa- depende en gran medida la estabilidad de la institucionalidad y de una sociedad, que, como la nuestra, pende de un hilo.
Dicho lo anterior y haciendo la salvedad de que hay muchas cosas buenas en el gobierno de Santos, es necesario, por el bien del país, reconocer de una buena vez que son más las cosas malas y que sería un acto de grandeza que el Presidente diera un paso al costado. La sucesión de equivocaciones, la actitud errática de los últimos meses, la falta de gestión, la inseguridad rampante, lo mal rodeado que está y su falta de criterio hacen prever que lo que viene para Santos y el País, son tiempos muy difíciles.
Hagamos un repaso del último mes, para no irnos tan lejos. A sabiendas de la ilegalidad de la elección de Maduro en Venezuela, Santos fue el primero en salir a reconocer, entusiasta, a un Gobierno que es visto con desconfianza por el resto del mundo democrático. La ambigüedad de Santos frente al chavismo es verdaderamente proverbial.
Como si de un juego de niños se tratara , el Presidente lanzó la propuesta de abolir la reelección y aumentar su periodo a seis años. Muchos dirán que los tiempos no dan; pero después de que el presidente en su momento dijo que podía hacer todo lo que la Constitución no le prohibiera (cuando es exactamente todo lo contrario) para hundir la Reforma a la Justicia, la verdad es que cualquier cosa es posible. Tan pronto se percató de lo impopular que resultó el “cuento”, reculó, como suele hacerlo, para satisfacer a la galería. También para complacer al grueso de la población, traicionando sus propias convicciones, fue uno de los artífices del hundimiento en el Congreso del proyecto de ley del matrimonio igualitario.
Santos no solo está desconectado de la realidad nacional, también le faltan las tres C, que son absolutamente indispensables en política: Corazón, Coherencia y Consecuencia. De nada sirve mimetizarse, cual camaleón, de acuerdo con las circunstancias; al final, el castigo del electorado es la derrota.
Al presidente no le alcanza la gasolina para reelegirse (es rehén de su propia inconsistencia), y el favor del pueblo no está con él.
Si lo que le preocupa Presidente, es el proceso de paz, concéntrese en eso, hay suficiente tiempo y no supedite el éxito del mismo a su reelección. Está en juego su legado. ¡Piénselo!
La ñapa I: La única opción que le queda a Santos es Vargas Lleras; y, si no es ahora, no será nunca para Vargas Lleras.
La ñapa II: Álvaro Gómez Hurtado me dijo un día: “Colombia es un país de godos.” La prueba de ello es el hundimiento del matrimonio igualitario. La ñapa III: Suena una tercería para la Presidencia y Vicepresidencia, respectivamente: el General Naranjo y la exfiscal Viviane Morales. ¡Me gusta!
