Llegó Ernesto y acabó con esto

Sáb, 11/08/2018 - 05:38
En los últimos ocho años, muchos colombianos nos fuimos acostumbrando a oír que el gobierno Santos era el mejor en…, el único que…, el de mayor presupuesto en…, el que más había…, el pri
En los últimos ocho años, muchos colombianos nos fuimos acostumbrando a oír que el gobierno Santos era el mejor en…, el único que…, el de mayor presupuesto en…, el que más había…, el primero en ejecutar las…, el que por primera vez hizo… Un día tras otro, los medios impresos, radiofónicos y televisivos, las redes sociales, los foros de toda clase reproducían y amplificaban la visión rosa que elaboraban los funcionarios de todo nivel, comprometidos lealmente a generar la mejor imagen del mandatario. Cuando no era una entrevista, era una columna; cuando no era una columna, era un editorial; cuando no, un informe; si no, un reportaje. O la transmisión de un discurso, una rueda de prensa, una declaración institucional. Una campaña pagada. Todos los días ¡durante ocho años! Porque imaginación y recursos no faltaron (“que no se note la pobreza”, decían los abuelos de antes). “Ahí están los hechos”, “tenemos las pruebas”, afirmaban los escuderos del presidente, al frente de los cuales sobresalía don Gabriel Silva en su columna de fuego de los lunes en El Tiempo, donde repetía (y repite) siempre el discurso. A él se le sumaban muchos “silvadores”, todos “casualmente” furibundos antiuribistas, algunos con visible alteración producida por la deliciosa mermelada oficial. Y si alguien, con alguna significación social o política, se atrevía a criticar las cosas, se exponía al linchamiento público y a ser señalado de mala fe, bajeza humana, enemigo de la paz, traidor a la patria, envidioso. Porque hechos negativos, carencias, errores, omisiones, corrupción, ineficiencia, etc., no había en la administración. Todo era ficción de sus enemigos. Tanto, que la canciller María Ángela Holguín resumió las cosas de la siguiente forma: “Gracias al gobierno del presidente Santos, la excelente imagen de la que Colombia goza hoy en el exterior no se veía desde hacía décadas” (entrevista con Yamid Amat, Noticiero CM&, 8 de agosto). Pero, ¡oh, destino!, el 7 de agosto, Ernesto Macías, presidente del Senado, y, en su derecho a la libertad de expresión, neutralizó la visión rosa del gobierno que finalizaba ese día. En un discurso de 2.397 palabras, no siguió con aquella, sino que suministró la visión crítica o ácida que los invitados internacionales desconocían, por lo cual habló de los crímenes a uniformados de la Fuerza Pública, los secuestros, la extorsión, las voladuras de oleoductos, el hurto a personas, los delitos sexuales, el crecimiento de las organizaciones criminales como el ELN, el EPL, las disidencias de las FARC, las BACRIM, los grupos terroristas que se financian con el narcotráfico y la minería criminal, el ser el primer productor de coca del mundo… También cuestionó situaciones como la deuda pública del Gobierno Central y la deuda del sector público no financiero, el compromiso por 93 billones de pesos en vigencias futuras, el PIB per cápita, los recursos para financiar los Acuerdos de La Habana durante los próximos 15 años, el debilitamiento del empleo, la situación crítica de la salud, la reducción de Familias en Acción, los niños sin alimentación escolar, la baja actividad exploratoria de petróleo, las dificultades en la infraestructura en marcha, el crecimiento desmesurado de la burocracia, la más grave crisis del sector agropecuario en su historia, el derroche y la corrupción, etc. ¡Y fue Troya! Apenas iniciada su polémica intervención (por la que un abuelo paisa exclamó: “¡Llegó Ernesto y acabó con esto!”), comenzó el festival de coros formados, casi todos, por las huestes santistas y antiuribistas, las cuales, en su derecho, por supuesto, a la libertad de expresión, afirmaron que era agresivo y provocador, que no era el momento ni el lugar, que era desleal porque Macías no podía hablar como miembro de un partido sino como representante de todos los senadores, una descortesía con las personalidades invitadas, un desaire al presidente saliente, una traición a la patria porque hizo quedar a Colombia como un país cochino y atrasado, un mal ejemplo para las generaciones venideras, una falta absoluta contra el protocolo de las cosas, una andanada de rencor nunca vista en los últimos decenios… El líder antiuribista D. Samper Ospina dejaba claro, por ejemplo, que “en la historia de Colombia jamás se había oído un discurso tan ordinario, mezquino y bajo de talla como el de Ernesto Macías […]”. (Lo que en verdad pocas veces se había apreciado era esa descarga de la fusilería antiuribista, registrada desde el momento mismo en que el señor Macías hacía la suya contra el santismo y su mentor, el Nobel de Paz). Por su parte, la periodista y presentadora Vanessa De La Torre decía: “Jamás en la posesión presidencial de un país serio se ha visto lo que el Senador Ernesto Macías está haciendo: polarizar más. Haciendo un balance tan belicoso del Gobierno anterior”, mientras que su colega Paola Guevara sostenía, entre otras: “Qué bajeza. Qué veneno […]”. Tampoco era para tanta rabia y tanta labia, señoras y señores del conglomerado antiuribista nacional. Ernesto Macías recopiló muchas de las críticas que diversos ciudadanos no santistas habían expresado en meses anteriores. Aunque es comprensible que al conglomerado le haya disgustado que pusiera en veremos los constantes inciensos al presidente Santos e hiciera ver, en especial a los invitados internacionales, que la verdad no era sólo la que los gobiernistas y antiuribistas proclamaban, sino que faltaba la otra cara de la moneda. ¿Mezquino, ordinario, bajo de talla, venenoso? No. Reportero de la otra cara. Con todo, y para serenidad de las dos orillas, que consten las palabras del irreverente y ya fallecido columnista Hernando Giraldo en El Espectador, el 7 de junio de 1966, hace más de medio siglo: “Mientras a los colombianos nos permitan hablar mal del gobierno, podemos estar segurísimos de que no tendremos golpes de estado ni revoluciones”. ¿Será que no? INFLEXIÓN. Vaticinio: dentro de un tiempo, Carlos Holmes Trujillo saldrá del Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería, para aspirar a residir en la Casa de Nariño, palacio presidencial, en 2022 . “Acuérdense de mí”…
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