De barrigas

Jue, 25/10/2012 - 00:33
Así nos acostumbramos a reaccionar en Colombia: de barrigas contra el mundo. Sin tren de aterrizaje que nos suavice el contacto con la realidad. Por eso nos cae encima cada baldado de agua fría. El
Así nos acostumbramos a reaccionar en Colombia: de barrigas contra el mundo. Sin tren de aterrizaje que nos suavice el contacto con la realidad. Por eso nos cae encima cada baldado de agua fría. El de Oslo resultó helado. Habló Iván Márquez con el tonito de las Farc y, oh decepción. Los delegados del gobierno quedaron viendo un chispero. Y el Presidente, ad portas de un nuevo tijeretazo. El optimismo se derramó de tanto desbordarse, ¿no se estaban instalando los diálogos de paz? Qué no se ha dicho al respecto. Advertencias, premoniciones, lamentaciones, suposiciones, etcétera, han sido los ingredientes que cada analista ha mezclado, queriendo aportar el toque mágico que convertirá a los sapos en príncipes. Mientras, la mano tendida de De la Calle y cía. tendrá que ocuparse en menesteres distintos a palmotear las espaldas de la contraparte. (Barrigazo). Igual pasó con las disculpas de mala gana que el director de la Dijín le ofreció a Sigifredo López. Pensando con el deseo, ya creíamos estar viendo a los dos protagonistas fundidos en un abrazo sincero y fraternal. (Barrigazo). Con la salud del Vicepresidente, barrigazo. Con las nuevas chuzadas a periodistas, barrigazo. Con la justicia, barrigazo… Y si toda situación es susceptible de empeorar, como dice el pesimista, las ilusiones colectivas seguirán aterrizando de barrigas en una cotidianidad que, antes que por romántica, se caracteriza por prosaica. La del periodismo, por ejemplo. Quienes amamos el oficio, defendemos la libertad de expresión y las demás libertades, abogamos por el respeto a los demás, tratamos de entender y hacer entender –cuánta falta hace Kapuscinski–; sabemos que somos falibles, que no somos jueces y desconfiamos del poder, entre otras cosas, somos los mayores damnificados cada que se hace trizas la utopía. Porque creer que el ejercicio del periodismo está (puede llegar a estar) libre de todo mal, es una utopía. Cómo conciliar tantos y tan diversos intereses que confluyen en un derecho (informar) y un deber (estar informados) es la cuestión. Me explico: El periodismo no puede existir sin medios de comunicación; los medios que son empresas comunes y silvestres, no pueden sobrevivir sin financiación; esta la consiguen los dueños del propio bolsillo o del bote de los anunciantes (quienes ponen la plata ponen las condiciones); y los periodistas, o se adaptan o se marchan. Así de pedestre es la cosa. Mejor dicho, si la búsqueda de la independencia es más fuerte que la de ganarse la vida, el precio que hay que pagar es alto. Lo sé. La polémica está servida otra vez, con el caso fresco de Daniel Pardo, columnista de Kien&Ke. Hace año y medio lo leí por primera vez en este portal porque me despertó curiosidad su particular interés por un mundo que, al menos en teoría, es el mío. Y me gustó. Y lo seguí leyendo, a pesar de la foto malencarada que lo identifica y que me parece un puño listo a lanzarse a mi barbilla, y a pesar –debo también decirlo– del tufillo de arrogancia que exhala en ocasiones. Me gustaron la valentía y el desparpajo con los que cuestiona a casi todos los untouchables del medio: empresas o personas naturales (y toda su parafernalia), con nombres propios y ejemplos concretos. Frecuentemente lo que se comenta entre amigos y entre copas (“aquí entre nos”, “que no salga de aquí”), ha salido de su pluma como si hubiera sido testigo presencial de tales cotilleos, de los cuales nadie se atreve a sostener ni mu. (Lo que sostuvo en la columna de la discordia, sobre la catarata de publicidad con la que Pacific Rubiales quiere asegurar adeptos, no es invento suyo; es lo que corre de boca en boca en la calle. Ya de la letra menuda, el correveidile, los correos electrónicos filtrados, me quedo en las mismas; no pertenezco a esos costureros. Además, el olor del petróleo me marea). Me llamaba, pues, la atención, que un desconocido (para mí) tuviera agallas para desenredar la madeja del mutuo elogio periodístico de este país. Ignorante que soy en cuestiones de sociedad, no tenía entonces la menor idea de su procedencia. Hasta que él mismo hizo alusión a ella en un escrito reciente, lo consideraba una especie de llanero solitario del ciberespacio. A partir del día que supe quién era su abuelo y quién es su padre, barrigazo, el superhéroe mutó en delfín. Uno más de los que chapucean en los estanques de la política, los negocios, los medios; algunos por méritos propios, la mayoría por dinastía. Y unos y otros, privilegiados frente a personas del común que tienen que suplir con arrojo y calidad la falta de pedigree. No significa lo anterior que para sobresalir sea necesario renegar de los ancestros, qué tal. Lo que sí es que los apellidos (el árbol genealógico) abren puertas por doquier. Y, con esa circunstancia, la visión del mundo cambia, el concepto del valor cambia, el compromiso con la verdad cambia. Con excepciones, esperemos que Pardo sea una de ellas. Si no lo maduran biche sus colegas (o enemigos potenciales). Dobleclick: Me preocupa y entristece lo que pasó; por DP y por K&K. Y por la utopía que, espero, no deje nunca de desvelarme.
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