El secuestro de la amígdala

Vie, 23/08/2019 - 16:51
Joseph LeDoux es el hijo de un carnicero de Nueva York que aprendió desde muy temprano cómo se ve el interior de una vaca; y la parte que más le interesó siempre de aquella matanza que tenía a di
Joseph LeDoux es el hijo de un carnicero de Nueva York que aprendió desde muy temprano cómo se ve el interior de una vaca; y la parte que más le interesó siempre de aquella matanza que tenía a diario en familia, era la masa viscosa y arrugada del cerebro del animal. El amasijo aquel le causó tal curiosidad que en 1977, se graduó en medicina para estudiar la cosa a fondo. Hoy en día, a sus setenta años, el Dr. LeDoux es uno de los más prestigiosos neurocientíficos del mundo; y uno de sus más importantes descubrimientos es que cuando en el ser humano se inflama uno de los elementos que integran ese órgano que compartimos con los rumiantes descuartizados por su padre, se toman decisiones políticas de consecuencias imprevisibles. Por ejemplo, elegir a Donald Tump o creer todo lo que dice Álvaro Uribe. El cerebro humano —esto lo vieron otros científicos antes que el Dr. LeDoux— está compuesto por tres partes diferenciadas. Una de ellas, la reptiliana, es la que compartimos, efectivamente, con la vaca y, pongamos por caso, con los lagartos. Ésa se encarga de poner en marcha nuestras funciones más básicas como alertarnos ante el peligro y asegurar nuestra supervivencia. Por algún extraño fenómeno en Colombia, parece que la función reptiliana de los cerebros nacionales se encuentra más desarrollada que en otros países; pero de esto no existe evidencia científica alguna, es una mera especulación personal. Los otros dos componentes de la masa gelatinosa y estriada que nos ha traído hasta aquí son el neocórtex y la amígdala. Al primero se le considera responsable de nuestra capacidad de razonamiento. Es lo que nos permite el pensamiento lógico y la consciencia. Allí están todas las funciones mentales superiores y, en resumidas cuentas, es lo que nos diferencia de nuestras mascotas. Y por último y razón de ser de esta columna, está la amígdala, una compleja estructura en forma de almendra que es el núcleo principal de control de las emociones y sentimientos, y lo que gobierna nuestras respuestas a la satisfacción o al miedo. La amígdala, precisamente, ha sido el motivo de los mayores desvelos de Joseph LeDoux. El científico comprobó que cuando la amígdala se inflama no se piensa con claridad. De modo que el calentamiento o congestión de esa almendrita interna que todos llevamos alojada en la cabeza, produce lo que el Dr. LeDoux llama el “secuestro de la amígdala”. En otras palabras, es cuando nos domina la ira, el miedo o la alegría alocada que nos llevan a tomar decisiones de las que luego nos podemos arrepentir. Los CAI de la policía y las casas de apuestas que han ganado fortunas con las derrotas de la selección nacional de fútbol pueden dar fe de este hecho. Según parece, lo que estamos viendo en materia política en los últimos años —no solo en Colombia— tiene mucho que ver con el secuestro de la amígdala. Fenómenos como Matteo Salvini en Italia, Rodrigo Duterte en Filipinas, Donald Trump en Estados Unidos, el Brexit en Gran Bretaña o el Referéndum por la Paz aquí son consecuencia de personajes que supieron captar la atención de los votantes, aunque fuese con exabruptos. No importa si lo que propusieron era viable o no: dejar morir en alta mar a emigrantes que huyen de la guerra o la pobreza, construir un muro faraónico entre dos países, acabar con el narcotráfico matando a los consumidores, salir de la Unión Europea a cualquier precio o hacer trizas un compromiso de Estado que costó cinco años de elaboración. ¿Recuerdan aquella confesión de un asesor de Álvaro Uribe diciendo que llevaron a la gente a votar contra el acuerdo de paz “emberracada”? Furiosa, para que entiendan los forasteros. Todo indicó en su momento que el asesor se fue de la lengua en medio de una euforia etílica que, como dice un amigo: “Ya se sabe, borracho y niño chiquito”. El hombre, seguramente sin proponérselo, nos descubrió el pastel de su campaña. Todas aquellas mentiras del tipo “te quitarán la pensión para dársela a los guerrilleros”, fueron un eficiente marketing. Y ahí sigue el país empantanado con un proceso de paz que no acaba de dar los frutos anunciados y con grandes enemigos en el partido de Gobierno. Si ganas la emoción, relegas la razón. Esa parece ser la fórmula de éxito de los políticos de hoy en día; con gran ayuda de las redes sociales, dicho sea entre paréntesis. Las dificultades de la gente para llegar a fin de mes, los cambios en las relaciones humanas, la crisis migratoria, el consumo de estupefacientes, la nueva recesión económica mundial que parece que se nos echa encima están diseñando unos líderes políticos que campan por sus respetos en la almendra cerebral de los votantes; con unas autopistas en internet cargadas de emoción y en donde no hay lugar para la autocrítica. Podemos decir, pues, parafraseando a Bill Clinton: es la amígdala, estúpido.
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