América primero

Sáb, 24/11/2018 - 13:08
No se sabe muy bien qué produce más horror, si la muerte del periodista Jamal Khashoggi a manos de esbirros del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, o la declaración del presid
No se sabe muy bien qué produce más horror, si la muerte del periodista Jamal Khashoggi a manos de esbirros del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, o la declaración del presidente norteamericano, Donald Trump, dando a entender que la cosa le importa muy poco. Como se sabe, Jamal Khashoggi fue un periodista saudí que acudió al consulado de su país en Estambul el pasado 2 de octubre a gestionar un asunto burocrático y allí dentro desapareció, sin que de él se volviera a saber nada. El periodista, colaborador del Washington Post, cayó previsiblemente en una trampa, según han informado el Gobierno turco y hasta la misma CIA. Al principio las autoridades saudíes montaron una pantomima que incluyó la salida del consulado de un personaje vestido con las ropas de Khashoggi y con una barba postiza como la del periodista, para que apareciera en las cámaras de seguridad y así lavarse las manos sobre su desaparición. Pero el teatrillo no funcionó. Muy pronto se dijo, avalado por las autoridades turcas, que Khashoggi probablemente fue descuartizado y su cuerpo disuelto en ácido dentro de las dependencias consulares saudíes en Turquía. El Gobierno saudí terminó por admitir el crimen diciendo que los participantes en el asesinato habían sido detenidos y que había, relacionado con el caso, cinco peticiones de pena de muerte. No se trata, sin embargo, de eficacia de la policía y la justicia del reino de desierto. Las dos instituciones se han dedicado a destruir pruebas y eliminar testigos incómodos para el heredero de la corona y hombre fuerte del régimen príncipe bin Salman, popularmente conocido como MBS. Mohammed bin Salman, cuya existencia conocimos cuando hace algo más de un año el anciano y achacoso rey Salman, de 82 años, lo designó su heredero, llegó con aires de reformador. El hecho de que gracias a él las mujeres podían conducir coche e ir a cine en el reino ultraconservador, se presentó al mundo como una bocanada de aire fresco en la hermética Arabia Saudí. Nada de eso. MBS, de 32 años, parece un personaje atrabiliario a medida que se le conocen sus fechorías. Promotor de la guerra civil en Yemen, tiene bajo arresto domiciliario a su propia madre, que no lo juzga adecuado para dirigir el país, y ha emprendido una campaña contra defensores de derechos humanos y periodistas críticos, entre los que se contaba Jamal Khashoggi. Cuando todo apunta pues a un crimen de Estado, Donald Trump contribuye a dar cobertura a esta barbaridad con un comunicado en el que admite la posibilidad de que el príncipe bin Salman sea el mandante de este asesinato. Estados Unidos seguirá siendo “socio firme” de Arabia Saudí, viene a decir Trump, a pesar de admitir que el príncipe heredero “podría muy bien” haber sabido de antemano el plan para matar al periodista. Los negocios e intereses comerciales lo primero. “Después de mi viaje del año pasado a Arabia Saudí --dijo Trump-- acordamos que el reino invirtiese 450 mil millones de dólares en Estados Unidos”. Eso sí, admitió que el asesinato de Khashoggi. Era una cosa “terrible”, menos mal. La capacidad petrolera y sus compras de armas y centrales de energía nuclear le conceden patente de corso a MBS, un personaje que cuando tenga en sus manos el poder efectivo, podrá rivalizar en crueldad con un Sadam Husein o un Muamar el Gadafi. Con su mensaje para cerrar este asunto Trump viene a decir a tanto sátrapa que hay por el mundo, que pueden proceder contra las voces críticas de sus respectivos países, con tal de que favorezcan los intereses norteamericanos. Siempre lo hemos sabido, pero nunca antes de forma tan brutal. América primero.
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